El enojo: pecado cotidiano

Comparte este artículo
Propósito:
“La verdadera justicia de la que nos habla la palabra Dios no es una serie de reglas de qué hacer y qué no; Se trata del fruto de la vida de Cristo en nosotros, llevando fruto de amor a Dios, y al prójimo”.
El estrés no es una enfermedad, es un trastorno que nos lleva a diversas enfermedades:
El estrés es una condición delicada en las personas que se considera precursora de muchos trastornos físicos y mentales, considerada por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como una epidemia en el mundo, el estrés, la ansiedad y de la depresión son enfermedades producto de la modernidad y de los antiequilibrios emocionales, psíquicos y psicológicos.
“El nuevo estilo de vida, que estamos obligados a llevar, nos va predisponiendo a que se eleven nuestros niveles de estrés sin que nos demos cuenta, a pesar de que es una parte propia del ser humano”, el estrés es natural, pero no es conveniente padecerlo.
En términos puntuales, el estrés es esa sensación de incomodidad, de aprehensión, de pérdida de la tranquilidad que surge cuando percibimos que no vamos a generar el resultado esperado o deseado ante determinadas situaciones.
El estrés es un estado antihomeóstasis o antiequilibrio del estado psíquico y emocional de las personas que se sienten en amenaza psicológica”, y esto trae consecuencias a corto plazo por ser negativa y adversa, a pesar de tener ahora un estilo de vida con más recursos, más cómodo y más fácil.
El estrés es muy similar al miedo y a la ansiedad, pero no es lo mismo, pues lo que los distingue es la causa, y depende mucho del significado y el valor que nosotros mismos le ponemos a las cosas.
para regular el nivel de estrés tiene mucho que ver el nivel de autoestima que se tiene porque eso se reflejará en la confianza que se tenga para resolver las situaciones que se asumen en “modo amenaza”.
Si mi autoestima está golpeada, está afectada, minimizada, voy a tener periodos muy prolongados de modo amenaza y estaré produciendo mucha adrenalina, y estará presente el estrés, por ello es sumamente importante construir la sensación de autovalor, porque esto me va a proteger mucho sobre la sensación del estrés y la consecuencia del trastorno psicológico”,
Los síntomas del estrés se relacionan con trastornos físicos como las contracciones musculares, aumento en el ritmo cardiaco, de la presión arterial, boca seca, y en lo psíquico son intranquilidad, cansancio, mal humor, intolerancia y debilidad, entre otras.
El estrés nos lleva a padecer enfermedades como los trastornos de personalidad, adicciones y depresión, entre otras, siendo ésta última la más común en el mundo y con mayores consecuencias.
Algunos de los trastornos psicosomáticos más frecuentes provocados por el estrés son dolores de cabeza, insomnio, tensión muscular, problemas digestivos y cardíacos, mareos, Mala memoria, Cambios de conducta e irritabilidad, Ansiedad, Depresión,
Problemas cardiovasculares, en casos en los que el estrés se prolonga mucho en el tiempo. Envejecimiento. Cansancio prolongado.
El estrés coadyuva al mal genio, la ansiedad, el enojo, la ira y cuando permitimos que estos trastornos se aniden en nuestra mente, en nuestro corazón, nos enferman física y espiritualmente y el resultado final “el pecado” que sin darnos cuenta lo volvemos cotidiano y lo culturizamos.
No basta decir “voy a hacer una ofrenda a Dios y con eso compenso el mal pensamiento o mala actitud contra mi hermano”. De hecho, el señor dice que es mejor detener el acto de adoración y mostrar genuino arrepentimiento buscando la reconciliación con aquel que tenga algo contra nosotros; claro está en cuanto dependa de nosotros, pues debemos procurar estar en paz con todos.
El primer delito que el hombre cometió fue homicidio (Genesis 4:8), desde ese día el asesinato ha sido parte constante de la sociedad humana.
Los asesinatos se han vuelto tan comunes que, a menos que sean extraños, múltiples o que involucren a alguien famoso, no pasan de ser noticias locales. Si agregamos los suicidios (asesinato de uno mismo), y los abortos, las cantidades serían impactantes.
Este es el primero de 6 ejemplos De Justicia del corazón que Jesús ofrece en el sermón del monte en el capítulo 5. Trata con el pecado de asesinato: “oísteis que fue dicho a los antiguos: no matarás”. Recordemos que cuando el señor Jesús hablaba de los antiguos hacía referencia a los rabinos y escribas de antaño que habían creado las muchas tradiciones con las que el judaísmo se había encumbrado y que prácticamente habían reemplazado la autoridad de las escrituras.
La primera prohibición específica de asesinato se halla más adelante en (Génesis 9:6).
Aquí se indica tanto el castigo por el asesinato como la razón de su gravedad. El castigo es la muerte del asesino, y la razón para tan severo castigo es que el hombre está hecho a imagen semejante de Dios. Quitar la vida a otro ser humano es asaltar lo sagrado de la imagen de Dios. En Éxodo 20: 13, dice no matarás.
Este mandamiento es contra el asesinato intencional de otro ser humano por motivos puramente personales cualquiera que estos motivos pudieran ser. Los seres humanos son responsables por los asesinatos que cometen al igual que son responsables por todos los demás pecados.
Escúchame esto que le quiero decir, aunque le parezca extraño no podemos culpar a Satanás por nuestros pecados, porque la naturaleza humana caída comparte la presencia del mal que Satanás personifica. hace mucho tiempo aprendí que en El Mundo espiritual se mueven 3 fuerzas: “el mal, el yo, y el bien”, y es el yo quien decide a qué lado se inclina a la izquierda con Satanás o a la derecha con el Dios y padre señor nuestro.
La Biblia dice en Mateo 15:19, cuando cometemos pecado o incluso si deseamos cometerlo se debe a que nosotros mismos decidimos pecar. El pecado es un acto de la voluntad. Vaya conmigo a romanos 1:28-31, ahora Proverbios 6:16-19.
El asesinato es una manifestación despreciable de un corazón carnal.
En el Antiguo y el nuevo Testamento nos dan los nombres de asesinos, la historia bíblica al igual que la historia humana en general está llena de asesinos.
El señor Jesús ataca esa confianza de los antiguos en sí mismos afirmando que nadie es realmente inocente de asesinato, porque el primer paso en el asesinato es la ira.
La ira que está detrás del asesinato, ira que casi nadie cree que sea pecado, es uno de los peores pecados. En mayor o menor grado convierte a todos los seres humanos en asesinos potenciales. La enseñanza del señor Jesús acerca del asesinato, ya sea que el acto se cometa o no, afecta nuestra opinión de nosotros mismos, de nuestra adoración a Dios, y nuestra relación con nuestros semejantes.
El Señor Jesús comienza a ilustrar estos principios interpretando correctamente la Ley de Dios para demostrarnos lo que es verdadera justicia, e inicia enseñando acerca del sexto mandamiento en contraste con lo que habían dicho de él los escribas y fariseos, los maestros defensores de una tradición que no era realmente palabra de Dios.
No matarás, enseña Cristo, y…. no se reduce a un acto físico
La tradición farisea se limitaba a esto al colocar el mandamiento junto con una de sus consecuencias legales como lo único que matar (asesinar) implicaba. Cristo dice: “Oísteis que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable de juicio”. El contenido de la frase de la tradición farisaica es bíblico, pero se reducía el mandamiento a meras sanciones legales por parte de magistrados civiles.
En nuestros tiempos equivaldría a decir “no cometas asesinato porque te pueden declarar culpable en un juicio y vas a terminar preso”. ¿Es cierto esto?, como una consecuencia sí, pero no es todo lo que el mandamiento expresado en Ley de Dios enseña. Pero los maestros de esa época estaban muy contentos con esa interpretación pues cumplían exteriormente con la ley, y como hemos visto, condenando injustamente a Cristo a la muerte, no consideraron estar violando mandamiento alguno. ¿Cuántos nos hemos sentido libres de haber cometido este pecado, porque lo hemos reducido a un simple acto físico?, pero ¿qué nos dice el Señor acerca de No Matarás?
– Incluye el enojo y desprecio- El verso 22 dice:
La tradición dada por los escribas y fariseos daba una interpretación falsa de la Ley de Dios, PERO el dador de la ley, el que inspiró esta palabra, da su verdadera interpretación, “pero yo os digo” dice el Señor. Quien tiene toda autoridad, quien puede enseñar claramente, ha venido a mostrarnos el camino correcto, el sentido correcto de su Santa Ley.
La verdadera justicia no se limita a meros actos físicos, sino a una actitud interna del corazón, así, por ejemplo, matar no es solamente quitarle físicamente la vida a alguien, sino enojarse contra alguien, despreciarle. Y esto es una actitud interna del corazón que no siempre se muestra externamente, pero que en ocasiones se evidencia en palabras o actitudes. Enojos sin razón, reproches desconsiderados, odio y sentimientos desagradables contra una persona, dice Cristo, son asesinato. Esa ira que lleva al odio, a la envidia, son asesinato (Stg. 4:1-3).
No se trata acá de una prohibición a denunciar el pecado y la maldad, no ejecutar disciplina, o no denunciar injusticia, lo cual de hecho Cristo mismo hizo en su indignación Santa, y Dios
mismo lo hace (Rom. 1:18 – amarilla). Nuestra indignación debe ser contra la maldad, contra el pecado, pero no siempre lo hacemos así, y corremos el gran peligro de caer en el pecado de asesinato al enojarnos contra nuestros hermanos, contra nuestro prójimo y albergar en nuestro corazón enojo y desprecio por ellos,
pero Cristo en su Santa Ley, dada por medio de Moisés y proclamada por los profetas, condena estas cosas.
– cualquier sentimiento o actitud que tienda a destruir a una persona
Los fariseos eran expertos en determinar la gravedad de una falta y sus respectivos castigos. Pero Cristo nos muestra que violar la eterna ley de Dios merece una condena eterna, dada por el juez eterno, y que ha de ser ejecutada en el fuego eterno.
No hay purgatorio para purgar las penas y luego pasar al cielo. El que viola la ley de Dios merece la muerte eterna.
El que desprecie a su prójimo, el que ofenda o insulte a su prójimo, merece el infierno de fuego, porque está destruyendo a aquel que fue creado a la imagen y semejanza de Dios como si lo asesinara físicamente.
¿Cuántas palabras ofensivas hemos dicho contra nuestros hermanos?, ¿cómo nos tratamos en casa?, ¿cómo resolvemos nuestras diferencias?, ¿cuándo nos molestamos por algo, qué sentimientos albergamos en nuestro corazón por alguien?, ¿serán sentimientos o actitudes que destruyen a otro como enseña Cristo en su palabra?, ¿qué excusa le podemos presentar al Señor?, creo que todos somos culpables de haber violado este mandamiento como Cristo nos muestra. ¿Qué hacer entonces?,
En los versos 23-26 el Señor Jesús nos llama la atención sobre la actitud vigilante del corazón para no solo evitar este pecado, sino tampoco pretender expiarlo mediante algún acto externo de adoración. Ni con este ni con otro mandamiento aplica el dicho popular de que: “el que peca y reza empata”. El Señor muestra lo fácil que es para nosotros caer en este pecado, pero nos muestra la salida, esto es:
– Arrepentimiento y reconciliación
Si matar incluye pensamientos y actitudes internas como desprecio y cualquier sentimiento en contra de los demás, no podemos pretender adorar a Dios y considerar que no ha pasado nada, o minimizar estos pensamientos y actitudes, que Cristo nos dice son violación del mandamiento “No matarás”.
No basta decir “voy a hacer una ofrenda a Dios y con eso compenso el mal pensamiento o mala actitud contra mi hermano”. De hecho, el señor dice que es mejor detener el acto de adoración y mostrar genuino arrepentimiento buscando la reconciliación con aquel que tenga algo contra nosotros; claro está en cuanto dependa de nosotros, pues debemos procurar estar en paz con todos (Rom. 12:18-21).
Si voy a ofrecer algo a Dios, debe ser producto de una verdadera reflexión de cuán bueno ha sido Dios conmigo, de cómo ha tenido cuidado de mí, de cómo me ha bendecido sin merecerlo, pues he pecado contra él.
Entonces allí debo pensar también, si Dios ha sido bueno, y me ha perdonado y ya no está enemistado conmigo, ¿por qué he de estar enemistado con mi hermano, o con quien quiera que sea mi prójimo, así yo piense que no he hecho nada contra él?
De nada vale realizar un acto de culto si tolero un pecado conocido en mi vida, como por ejemplo, el tener resentimiento contra mi hermano, haya este pecado o no contra mí. Hay situaciones difíciles, muy complejas, pero el Señor nos llama a buscar esa reconciliación en cuanto dependa de nosotros para no albergar sentimientos o pensamientos que tienden a destruir, a matar a otro.
– Pero este arrepentimiento y reconciliación implica: Venir a Dios de forma urgente
El Señor lo ilustra dramáticamente en los versos 25-26. Estamos en el camino, en el peregrinaje de la vida que en el momento que menos pensemos acabará. Entre tanto, debemos vivir conforme a la enseñanza de nuestro Señor Jesucristo, mortificando el pecado en nosotros, resistiendo a nuestros deseos engañosos por el poder del Espíritu de Dios que nos ha sido dado. No podemos albergar en nuestro corazón odio, resentimiento y desprecio con nuestro prójimo, pues corremos el riesgo de ser endurecidos al punto de no reconocer la gracia de Dios, y terminar siendo objeto del castigo eterno, pues violar la ley eterna de Dios, tiene consecuencias eternas, “la paga del pecado es la muerte”.
Si realmente somos de Cristo, debemos atender su llamado. Si realmente hemos sido salvos, somos responsables de desechar toda actitud, pensamiento o sentimiento que conduzca a dañar a otros.
¿Pero cómo podemos hacer esto?, viniendo en arrepentimiento y fe a nuestro Dios de forma urgente, al juez de toda la tierra que ha dado el juicio a su Hijo, el que además es nuestro abogado. Vengamos a Cristo y arreglemos nuestras cuentas, si hemos pecado en la forma de matar como describe el Señor, o en cualquier otra clase de pecado, hoy es día de venir y estar a cuentas con él, “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana”, (Is. 1:18).
Hoy es día de salvación, vengamos a Cristo, no nos quedemos sin confesar nuestro pecado e implorar su gracia. No dejemos para otro día el ponernos a cuentas, tal vez otro día será demasiado tarde.
No matarás exige amor al prójimo, que por causa del pecado no tenemos, y solo podemos obtenerlo de aquel que es amor.
Implica una justicia que no tenemos, pero que tiene aquel que es eternamente justo, implica entonces Pedir ser saciados de la justicia de Cristo
Conclusión
Él ha dicho, “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”, ¿te has dado cuenta que necesitas esa justicia verdadera que solo Cristo tiene?, ¿reconoces que has violado la santa ley de Dios?, ¿que eres culpable del juicio divino, que mereces el infierno por haber matado a tu prójimo aunque nunca hayas levantado un arma contra nadie?, ¿no has venido a adorar a Dios por lo menos en una ocasión estando enojado contra tu hermano, teniendo resentimiento contra tu prójimo?
¿Qué harás entonces si sabes que eso no es justo ante Dios?, acógete a Cristo, a su justicia que te es contada como tuya si confías en su obra redentora, si confías en que él llevó la sentencia de tus innumerables injusticias, y pide que te sacie de su justicia, que te haga justo así como él es justo, no solo legalmente, sino también esencialmente, es decir, en tu forma de ser, pensar y actuar, de modo que puedas mostrar amor a tu prójimo en lugar de desprecio y odio.
Dios demanda que dejemos de auto justificarnos como hacían los fariseos (Lc. 16:15), que dejemos de defender lo indefendible, es decir nuestro pecado, que lo reconozcamos y confesemos, aunque otro nos haya provocado o motivado a actuar pecaminosamente. Dios nos pide buscar la reconciliación en la medida que sea posible, de manera urgente, sin demora alguna; el resultado de ello será que tendremos la dulce paz de escuchar en nuestro corazón la voz de aquel que nos perdona completamente por su sola gracia con la cual nos ha amado, y nos recuerda hoy a cada uno: “tus pecados te son perdonados”. Por el poder del Espíritu Santo de Dios que actúa en nosotros.
¡Hagamos esto que Dios nos manda en tanto que estamos en el camino!
¡¡¡AMÉN!!!