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Haciendo posible lo imposible

Prédica Haciendo posible lo imposible

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Las dos antítesis finales nos llevan a la cúspide del sermón del monte: por ellas se lo admira más y también se lo afrenta más se trata de la actitud de amor total que Cristo nos llama a mostrar hacia el que es malo y hacia nuestros enemigos. En ninguna otra parte es mayor el desafío del sermón.

En ninguna otra parte es más obvia la distinción de la contracultura cristiana. En ninguna otra parte se nos impone tanto nuestra necesidad del poder del Espíritu Santo.

Un investigador judío llama a esta sesión “la más famosa” del sermón del monte. Es indudablemente cierto que no hay ningún otro pasaje en el Nuevo Testamento que contenga una expresión tan concentrada de la ética cristiana de las relaciones personales.

Para cualquier persona normal este pasaje describe el cristianismo esencial en acción, y hasta la persona que no pisa jamás el umbral de una iglesia sabe que Jesús dijo esas cosas, y muy a menudo condena a los cristianos profesantes por quedarse muy cortos en el cumplimiento de sus demandas.

Como evidencia de haber recibido esa justicia, los cristianos al ver su condición lloran al darse cuenta de sus ofensas a Dios y claman a Dios mismo por ser más como su salvador, se gozan en la reconciliación que han recibido y por tanto son verdaderos pacificadores como hijos de Dios.

Mateo 5:43

En su sexto y último ejemplo en que contrapone la falsa justicia de los escribas y fariseos con la verdadera justicia de Dios, Jesús contrasta el tipo de amor que ellos tenían con el de Dios. En ninguna parte su sistema humanista y egoísta de religión difiere más de las normas divinas de Dios que en el asunto del amor. En ninguna parte se había corrompido tanto la norma de Dios como en la justicia propia con que los escribas y fariseos se veían con relación a los demás.

En ninguna otra parte eran más evidente que carecían de humildad, dolor por sus propios pecados, mansedumbre, anhelo de verdadera justicia, misericordia, pureza de corazón y espíritu pacificador, todo lo cual son características que pertenecen a los ciudadanos del Reino de Dios.

Cristo ha dicho a sus discípulos, “si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”. Es decir, que sus discípulos debían poseer y actuar en consecuencia, con una justicia que no era un mero formalismo exterior sino una justicia interior, que llenaba sus vidas de adentro hacia afuera, de acuerdo con el sentido original de la ley promulgada con Moisés.

Los cristianos de todos los tiempos reciben esa justicia de aquel redentor prometido que cumpliría cabalmente todas las exigencias de la ley de Dios.

Como evidencia de haber recibido esa justicia, los cristianos al ver su condición lloran al darse cuenta de sus ofensas a Dios y claman a Dios mismo por ser más como su salvador, se gozan en la reconciliación que han recibido y por tanto son verdaderos pacificadores como hijos de Dios, aún se gozan en medio de las persecuciones en su contra por ser como Cristo, y así viven una vida de verdadera justicia, que va más allá de la letra de la ley, entendiendo su espíritu. Así el Señor Jesús por medio de seis ilustraciones da los principios de esta verdadera justicia que solo pueden poseer sus seguidores.

Hoy nos corresponde la última, que seguida de la anterior que nos llama a morir a nosotros mismos, finaliza ahora diciéndonos que debemos amar aún a nuestros enemigos. ¿Cómo puede darse esto?, ¿cómo podemos tener una justicia perfecta traducida en amor al prójimo?

Cuando estudiamos este pasaje, debemos en primer lugar tratar de descubrir lo que Jesús estaba realmente diciendo, y lo que demandaba de sus seguidores. Si vamos a tratar de vivirlo de veras, obviamente debemos antes de nada estar completamente seguros de lo que se nos pide.

Déjeme decirle algo: el griego es una lengua rica en sinónimos; sus palabras tienen a menudo matices que no posee el español. En griego hay cuatro palabras diferentes para definir el amor.

1– Storgue, con el verbo correspondiente “storguein”, estas palabras son las más características de la familia amor. Son las que describen el amor de los padres a los hijos y de los hijos a los padres. Un hijo decía Platón ama y es amado por los que le trajeron al mundo. Esta palabra describe el afecto familiar.

2– Eros, esta palabra describe el amor entre un hombre y una mujer, siempre conlleva pasión y es siempre el amor sexual. En estas palabras no hay nada esencialmente malo; simplemente describen la pasión del amor humano; pero con el paso del tiempo empezaron a ensuciarse con la idea de la concupiscencia.

3– Filein, Estas son las palabras griegas más cálidas y mejores para el amor, describen el amor verdadero, el verdadero afecto. Es la palabra que describe a los amigos más auténticos e íntimos de una persona.

4- Agape, es el amor a pesar de, esta palabra indica benevolencia inconquistable una buena voluntad invencible.

Si miramos un ser humano con ágape, esto quiere decir que no importa lo que esa persona nos haga, o como nos trate; no importa que nos insulte o injurie u ofenda: no dejaremos que nos invada el corazón ninguna amargura contra ella, sino que la seguiremos mirando con esa benevolencia inconquistable y esa buena voluntad que no procurará sino su bien supremo.

Agape no quiere decir un sentimiento del corazón, que no podemos evitar, y que no sucede sin quererlo ni buscarlo; lo que quiere decir es que es una decisión de la mente mediante la cual conseguimos esta inconquistable buena voluntad aún para los que nos hacen daño u ofenden.

Agape ha dicho alguien, es el poder de amar a los que no nos gustan y a los que no gustamos. De hecho, solo podemos tener “Agape”, cuando Jesucristo nos permite conquistar nuestra tendencia natural a la ira y al resentimiento, y lograr esta buena voluntad invencible para con todo El Mundo

El verso 43 inicia declarando como las demás ilustraciones, el error de la falsa enseñanza que por años había formado una tradición en el pueblo que se había alejado del sentido mismo de la ley de Dios que supuestamente defendían.

Cristo condena esta falsa enseñanza señalándola para luego dar la enseñanza verdadera de la Palabra que él mismo había dado: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo”. Pero al buscar en la Biblia no encontraremos mandamiento alguno donde el Señor pida odiar a alguien. 

Ni siquiera los salmos imprecatorios que piden al Señor el castigo de sus enemigos motiva el odio, pues dichos salmos ponen de manifiesto ante el Señor la injusticia del pueblo impío contra el pueblo de Dios y contra Dios mismo, contra su santa ley, por lo cual tienen un carácter judicial.

Pero pedir justicia en este sentido no es una declaración de odio como tal vez mal interpretaron los fariseos respecto a los salmos imprecatorios, y como tal vez interpretan algunos sectores políticos estas cosas.

Cristo señala que se había torcido la enseñanza de la ley de Dios, que no era correcto ese dicho de amar al prójimo y aborrecer al enemigo, y nos lleva al sentido original de la ley que es amar al prójimo, quien quiera que éste pueda ser:

En ese sentido el Señor llama la atención desde los versos anteriores a tener una actitud compasiva y amorosa hacia todos, no complaciente y de agradar al que es malo, en virtud de demostrar el amor de Dios al prójimo, al que está próximo a nosotros. Ya sea de nuestro mismo credo o no.

Los escribas y fariseos llegaron a pensar que solo los judíos eran su prójimo, incluso entre ellos mismos había divisiones porque unos eran considerados “piadosos” mientras otros eran considerados impíos, como los cobradores de impuestos.

Los demás no judíos, eran vistos como perros y sin dignidad alguna, desconociendo la dignidad que Dios ha dado a todos los hombres por haber sido hechos a imagen y semejanza del creador, olvidando aún el mandato específico de amar al extranjero, aunque no fuera judío, Dt. 10:19

En este mismo libro de Deuteronomio, se ordenó a los judíos que ayudarán a sus compatriotas devolviendo a su dueño un buey, una oveja, un burro u otro animal perdido. Si no se conocía el dueño debía mantenerse y cuidarse al animal hasta poder encontrar el dueño. De igual modo debía ayudarse a un compatriota cuando su animal caía o se le lastimaba.

Pero al pueblo de Dios también se le mandó hacer los mismos favores por su enemigo. Como en cada uno de los 5 ejemplos anteriores, Jesús repite la esencia de la enseñanza tradicional contemporánea, en este caso la enseñanza acerca del amor.

Los antiguos decían que el amor estaba reservado para aquellos con quienes uno se la llevaba bien. Y que los enemigos merecían odio.

Las perversiones de Satanás acerca de la revelación de Dios casi siempre afectan la verdad en algún punto. Un poco de verdad hace que el engaño sea más creíble y aceptable.
Los rabinos y los escribas habían mantenido parte de la verdad de Dios en cuanto al amor. Según se indicó antes, amad a vuestros enemigos es una clara enseñanza del Antiguo Testamento. Vaya conmigo a Lev. 19:18

La tradición judía había omitido la frase “como a ti mismo” que es la parte clave del texto que acabamos de leer, pero que tal vez no lograba calzar en el esquema del orgullosa justificación personal que se había desarrollado entre ellos. Simplemente era inconcebible que debiera cuidarse de cualquier otra persona tanto como cada quien cuidaba de sí mismo.

Recordemos algo muy interesante y era que los gentiles no éramos considerados como prójimos para los judíos, Por esto los romanos acusaban a los judíos de odiar a la humanidad.

Se podrán imaginar correctamente el odio muto generado entre judíos y gentiles en consecuencia.

Una excusa que los judíos a menudo hacían para justificar su odio por los gentiles se basaba en la orden de Dios de que sus antepasados debían expulsar a los cananeos, madianitas, moabitas, amonitas y a otros pueblos paganos cuando conquistaron y poseyeron la tierra prometida bajo el mando de Josué.

Pero dichos habitantes antiguos de Palestina estaban entre los seres más viles, corruptos y depravados de la historia. Eran increíblemente inmorales, crueles e idolatras. El sacrificio humano era común entre ellos, e incluso a veces quemaban vivos a sus propios hijos como ofrenda a sus deidades paganas.

Ellos constituían un cáncer que era necesario cortar para salvar al pueblo de Dios de absoluta corrupción moral y espiritual.

Alguien escribió: “las guerras de Israel fueron las únicas guerras santas en la historia, porque eran las guerras de Dios contra El Mundo de los ídolos.”

No es esta enemistad la que Jesús condena, porque entonces habría tenido que condenar toda la historia del trato de Dios con su pueblo.

Una cosa es defender el honor y la gloria de Dios buscando la derrota de sus malvados enemigos, pero otra muy distinta es odiar personalmente a otros como si fueran nuestros propios enemigos. Nuestra actitud incluso hacia los peores paganos o herejes es amarlos y arar porque se vuelvan a Dios y sean salvos. Pero también oramos porque si no se vuelven a Dios, el los juzgará y los eliminará a fin de preparar el camino para su hijo Jesucristo como el legítimo gobernante de este mundo.

Debemos participar del propio equilibrio de amor y justicia de Dios.

El señor amaba a Adán, pero lo maldijo, Dios amaba a Caín, pero lo castigó. Dios amaba a sodoma y Gomorra, pero los destruyó. Dios amaba la nación de Israel, pero permitió que fuera conquistada y exiliada, y la puso a un lado por un tiempo.

Los escribas y fariseos no tenían tal equilibrio. No tenían amor por la justicia, sino solo por la venganza. Y no tenían amor por sus enemigos, si no solo por sí mismos

Pero para derribar esta pared de odio vino Cristo, y vino a enseñarnos que no solo los que piensan similar a nosotros, que comparten nuestras creencias, que procuran las mismas cosas identificándose con nosotros o como uno de nosotros es nuestro prójimo al que demos demostrar el amor de Dios.

¿Cuántos de nuestros vecinos han sido invitados a un GDV?, ¿Cuántos compañeros de estudio y de trabajo? Bueno, ellos también son nuestro prójimo.

En la parábola del buen samaritano Cristo describe gráficamente una manera de demostrar el amor al prójimo, sin importar quién pueda ser este, no solo los copartidarios.

¡¡¡AMÉN!!!

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