¡La oración y la angustia!

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Yo creo que el domingo anterior toque fibras internas del creyente en cuanto a su caminar con Dios que tiene que ver con su estilo de vida; y esto es la oración y más halla que la palabra Oración es intimidad.
El Señor JESÚS, el autor y predicador del sermón del monte toca la religiosidad de los sacerdotes de la época, los escribas y fariseos y se introduce en tres elementos de su vida eclesiológica: la ofrenda, la oración y el ayuno.
El mundo esta caminando de una manera vertiginosa, cada día los días, aunque siguen siendo de 24 horas, los mismos 1440 minutos, son cada vez mas cortos.
La tecnología avanza cada día más, y eso hace que corramos más, alguien decía: “cuando el teléfono estaba atado a un cable éramos libres; ahora el teléfono esta libre y nosotros estamos atados a el”.
Ese correcorre hace que revaluemos nuestras prioridades, desafortunadamente las organizamos de acuerdo con lo que el mundo nos demanda y nos olvidamos de lo mas importante: ¡nuestra vida espiritual!
Y para justificar la ausencia de Dios en nuestras vidas, La psicología moderna ha estado creando muchos métodos de ayuda para ser mejores, para tener control sobre las emociones, sobre las circunstancias que nos rodean y sobre nosotros mismos.
Pero yo creo que el mejor método es volver a los comienzos, tratar de encontrar el hilo de nuestra vida y retomar.
hablar con el tejedor de nuestra vida antes que sea demasiado tarde, como dice el profeta Isaías: “buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano”.
El apóstol Pablo nos desafía a cultivar esa disciplina perdida y volver a compartir todas y cada una de nuestras necesidades con el Señor Dios jehová de los ejércitos. Es vivir diariamente en una continua conversación con el señor Dios todo poderoso, quien tiene cuidado de nosotros.
Cuando logramos esta disciplina de encuentro continuo, no solo tendrá paz en medio de las circunstancias, sino que, encontrará que muchos de los temas que antes le producían ansiedad han dejado de perturbarle. La oración, en efecto, es el antídoto perfecto para combatir la angustia.
Nada es más importante en todo el mundo para un cristiano que aprender a orar. No sólo es imperativo aprender cómo orar sino a orar con insistencia, a orar en el Espíritu, orar para alinearnos con la voluntad de Dios. Como cristianos debemos comprender que no hay nada fuera del alcance de la oración, excepto lo que está fuera de la voluntad de Dios.
Filipenses 4:6
Dentro de la delicia que implica el estudio y la meditación de la palabra de Dios está el podernos compenetrar con las personas que fueron instrumentos del Espíritu Santo para la escritura de su palabra, yo le llamo meterme en las chanclas del autor y así poder disfrutar lo que la Santa palabra de Dios nos quiere hablar. Mira que interesante son las figuras literarias y los contrastes que emplea la Palabra para enseñarnos una verdad. en este texto encontramos un tremendo contraste entre. Nada – todo.
Son palabras diametralmente opuestas que tienen una característica en común; “expresan una realidad absoluta que no admite excepciones”.
No hay espacio para algo dentro de “nada”, ni tampoco queda alguna realidad “excluida de todo”. Estas dos palabras abarcan la totalidad de las experiencias, circunstancias y relaciones que podamos experimentar a lo largo de la vida.
El apóstol Pablo nos anima a que no nos preocupemos por nada. Como alternativa nos ha propuesto que oremos por todo, aun por aquello que nos parece trivial. Nuestra conversación con nuestro bondadoso Padre celestial debe ser semejante a la de un niño que comparte todo con sus padres, aun aquello que es insignificante
¿Qué puede incluir este «nada»?
Desde lo más insignificante como amarrarte el cordón de tus zapatos, que no halla trancón en la autopista porque vas cogido de la tarde, que tu jefe no llegue primero que tu a la reunión, hasta lo más profundo como una enfermedad terminal etc.
Los seres humanos tenemos la tendencia a creer que algunos problemas y por lo general “mis” problemas, definitivamente son los que ameritan la preocupación. Cuando alguien nos insinúa que no deberíamos estar preocupados, respondemos con molestia y con cierta cara de indignación: “Claro, porque a ti no te toca vivir lo que yo estoy viviendo”.
No obstante, Pablo insiste: ¡no se preocupen por nada! No se admiten excepciones, no existe ni una sola situación cuya gravedad justifique en nosotros la preocupación.
En alguna ocasión conocí a alguien que siempre estaba contento, no era creyente y un día tuve la osadía de preguntarle en medio de una crisis que estaba viviendo: “¿como puede estar tranquilo y contento?”, a lo que él me respondió con tranquilidad: “la preocupación nubla el entendimiento y si preocupándome solucionara el problema, el problema no existiría”.
En alguna ocasión leí algo sobre la solución de problemas y decía:
“¿tienes un problema?:
¡NO! – entonces, no te preocupes.
¡SI! – ¿puedes solucionarlo?
¡SI! – entonces no te preocupes.
¡NO! – entonces para que te preocupas
Algunas preocupaciones son como las garrapatas, la ladilla, la sanguijuela o los aradores, que son molestas y pegadizas. No basta con sacudirse para que se desprendan y caigan al suelo, Requieren un esfuerzo concentrado y perseverante para quitarlas una por una.
Y, aun así, un descuido puede llevar a que otra vez invadan la intimidad de nuestros pensamientos y se apoderen de nuestros sentimientos.
Cuando esto ocurre, acabamos dando vueltas una y otra vez alrededor del mismo problema sin avanzar definitivamente en ninguna dirección.
Estas preocupaciones requieren otra clase de oración. No es suficiente decir «Padre, te pido que me ayudes». El apóstol utiliza El término «súplica», en este termino existe una actitud de humildad “es difícil suplicar desde la arrogancia”. Aquel que es humilde y realiza una petición a otra persona está reconociendo la necesidad de recibir ayuda.
Es más que un pedido: es un ruego que puede estar acompañado de una intensa angustia, tal como la que expresa el salmista en 5:1-2 “Oh SEÑOR, óyeme cuando oro; presta atención a mi gemido. Escucha mi grito de auxilio, mi Rey y mi Dios, porque solo a ti dirijo mi oración”.
En este sentido, orar es una invitación a una labor que implica ciertas actitudes importantes en la oración que agrada a Dios: estar atentos, insistencia, certidumbre, intimidad y sufrimiento. En estos momentos, quien se presta a orar entra a un lucir de intensa lucha, donde las huestes de maldad harán todo lo posible para sembrar inseguridad, temores “¿será que si?”, desánimo y resignación.
Alguien decía: “Dios ama tanto la oración insistente que son pocas las bendiciones que nos dará sin ella”
¡No tires la toalla! El “abrojo” de la preocupación no pertenece a tu vida. Dios quiere introducirte en el sentido más amplio de Shalom que es una paz completa, es decir, cuando uno tiene salud, provisión y estamos libres de cualquier temor sentimos paz. El Señor Jesús empleaba este término “Shalom aleichem”, que significa ‘la paz sea con vosotros’.
No te des por vencido hasta que hayas llegado a ese lugar de paz, porque fiel es el que prometió conducirte allí. Ora, con clamor, gemidos, súplicas y lágrimas, hasta que te sea concedida la victoria.
Seguramente que Pablo, en parte, recordaba que Jesús había enseñado, en el ¡Sermón del monte, que la preocupación no afecta en lo más mínimo el curso de la vida!
El único resultado que produce son jaquecas, úlceras y malestar. El apóstol lo sabía por eso nos dice: ¡No sirve preocuparse!
Pero la preocupación es un sentimiento terco, Insiste en apoderarse de nuestra mente. Reclama que mostremos ansiedad. Ante esa tendencia, Pablo propone no combatir la preocupación con dientes apretados. Más bien, nos invita a convertir la preocupación en oración.
En alguna ocasión le preguntaron a una mujer: ¿qué obtienes orándole insistentemente a Dios? Ella respondió: ¡generalmente no gano nada! Es más, cada vez que oro pierdo cosas, y citó todo lo que ha perdido orando a Dios regularmente: perdí el orgullo, perdí la arrogancia, perdí la codicia, perdí la envidia, perdí mi ira, perdí la lujuria, perdí el placer de mentir, perdí la murmuración el chisme, perdí el egoísmo, perdí el gusto por el pecado, perdí la impaciencia, la desesperación y el desánimo.
A veces oramos, no para ganar algo, sino para perder cosas que no nos permiten crecer espiritualmente
Cada vez que la preocupación vuelve a golpear la puerta pidiendo permiso para entrar, podemos convertirla en una invitación a pasar al trono de gracia, para orar.
En un mundo como en el que vivimos donde todo transcurre tan rápido, son muchas las preocupaciones que son tan pero tan intensas que requieren una esforzada labor de oración, un derramarse en la presencia del Altísimo porque la angustia amenaza con ahogarnos.
Pablo suma a este trabajo un ingrediente que debe estar presente en todas nuestras conversaciones con Dios, aun cuando se trate de temas de inusual urgencia. Este componente es la gratitud.
Yo creo que uno de los pecados que forman parte de nuestra naturaleza pecaminosa es la ingratitud.
La ingratitud tiene sus orígenes desde Adán y Eva. Dios les había bendecido con una abundancia que desafía los límites de nuestra imaginación. No obstante, la serpiente logró convencerlos de que el Señor retuvo algo que era más valioso que todo lo que tenían: la posibilidad de llegar a ser como él.
Pareciera que ese espíritu de ingratitud reside de manera permanente en nuestro corazón. Nos hemos acostumbrado a mirar la vida con cinismo, concentrados en aquello que nos falta, en lugar de celebrar lo que tenemos.
Y como este espíritu es insaciable, no importa cuántos logros alcancemos o cuántas pertenencias acumulemos: siempre faltará algo para que seamos completamente felices.
Hay una insatisfacción generalizada en la humanidad, los gordos queriendo ser flacos, y viceversa, los negros, blancos etc., etc.
Haga el experimento con un niño, dele un dulce y luego muéstrele uno más grande, ¿Qué pasa?
Mire le digo algo: La gratitud requiere un cambio radical de óptica. Nos invita a hacer un inventario de las muchas bendiciones que disfrutamos, en lugar de una lista de aquello que nos falta. Inmersos en una cultura de queja, debemos saber que la gratitud también requiere la gracia de Dios.
Cuando nuestras peticiones están intercaladas con gratitud, esto nos ayuda a recordar que el Señor es bueno, que reina sobre todas las circunstancias y que absolutamente todo lo que permite en nuestra vida es para nuestro beneficio.
Recordar esto en medio de las angustias que suelen producir algunas pruebas nos trae esa certeza que calma nuestro corazón.
Conclusión
Si te encuentras frente al problema más grande de tu vida y es impedimento para avanzar (como el mar Rojo para los judíos), no permitas que el temor sea el factor que decida qué acción tomaras. Si el señor te trajo hasta aquí, no es para que vuelvas atrás, sino para que conquistes lo que te mando conquistar. No des lugar al desánimo. Renueva tus fuerzas en el Dios Jehová de los ejércitos y sigue avanzando con firmeza.
Escúchame esto: Los términos «todo» y «nada» no admiten excepciones. No hay asunto tan trivial ni tan complejo que no se pueda compartir con el Señor Dios todo poderoso sublime y temible del cual no podemos escondernos, y si a esto le sumamos la gratitud, podemos decir como el salmista (SALMO 100:4-5)
¡Avancemos en la oración, Retrocedamos en la preocupación!
¡¡¡AMÉN!!!