Una respuesta en paralelo

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Introducción
¿Alguna vez usted ha escuchado decir que la iglesia padece enfermedades?
El apóstol Pablo dice que la iglesia es el cuerpo de Cristo, y si somos el cuerpo de Cristo eso quiere decir que también tenemos la tendencia a enfermarnos.
¡La iglesia de hoy está enferma¡, algunas solamente tienen un catarro, pero otras están en cuidados intensivos algunas de éstas no saben que están gravemente enfermas y si lo saben oculten su enfermedad bajo diferentes placebos.
Alguien escribió sobre 7 enfermedades que padece la iglesia de hoy:
1. Ansiedad actitudinal: una enfermedad donde los miembros de la iglesia están más enfocados en satisfacer sus propios deseos y preferencias, en lugar de ser miembros que sirven al cuerpo de Cristo. También se le llama “membresía de la iglesia club”.
2. Síndrome de deslizamiento: la enfermedad donde una iglesia deja de enfocarse en sus propósitos principales. El deslizamiento de evangelismo es el más común.
3. Distracción por los detalles: una enfermedad donde hay demasiado enfoque en asuntos menores, en detrimento de los problemas principales. Por ejemplo, las reuniones de rutina se convierten en más importantes que las misiones urgentes.
4. Idolatría institucional: una enfermedad donde los miembros tienen una devoción no bíblica a asuntos intrascendentes, tales como instalaciones, orden del culto, o estilos de adoración.
5. Acostumbrarse a estar ocupados: una enfermedad en la que los miembros consideran que estar ocupados es lo mismo que compromiso o piedad. El calendario de la iglesia se convierte en el documento guía para la congregación.
6. Oración sin propósito: la enfermedad donde la oración corporativa no existe o está impregnada de una tradición no útil. Estas oraciones pueden ser superficiales, llamativas, o chismosas.
7. Defensividad perjudicial: una enfermedad donde los miembros y el liderazgo tienen miedo a seguir adelante debido a los recuerdos de conflictos pasados y la presencia de gente que intimida o es alborotadora.
A esa investigación yo le sumaria otra:
La ociositis es una enfermedad donde los miembros no quieren hacer nada o muy poco. Tienen la idea arraigada de que solo el pastor o un pequeño grupo deben hacerlo todo. Esta presente la actitud del que me importa. Sus miembros son consumidores y no productores.
Consumen todo lo que la iglesia o el pastor ofrecen, pero sin hacer algo productivo.
Escucho mucho decir “Yo quiero servirle al Señor”, “Yo solo quiero servirle al Señor”, la iglesia lo llama, lo invita, pero siempre está MUY OCUPADO. El mundo lo arrebata, le quita la bendición que implica servir. ¡¡Pero quiere servir!!
Desde hace algún tiempo he tenido una fuerte preocupación por esta generación, la generación del siglo XXI, algunos le llaman la generación alfa, están creciendo em medio de lo digital, “todo a un clic”
En varias ocasiones jóvenes me han a bordado para preguntarme sobre lo que es el pecado y lo que no, cosas tan triviales del diario caminar que muchas veces en el afán de evangelizar, de hacer que las personas lleguen a los pies de Cristo las hacemos ver como si fuesen pecado.
Escuchar música secular, tomarse una cerveza, bailar, ir a conciertos, comer morcilla, trabajar el sábado, etc, etc.
Una respuesta mal dada genera una actitud reprochable, y esa también es una enfermedad en la iglesia: ¡el legalismo!
Mi formación doctrinal y teológica viene de instituciones muy tradicionales nunca legalista ni fanáticas, pero sí muy radical, esto no quiere decir que negociamos con el pecado, sino que lo hacemos discernir y entender.
En la Biblia hay un texto que me llama mucho la atención y fue la oración más corta que el Señor Jesucristo hizo en el Evangelio de Juan capítulo 17:15: “no ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”.
Y más adelante me encuentro con el pensamiento del apóstol Pablo cuando dice en primera corintios: “todo me es lícito, pero no todo conviene; todo me es lícito, pero no todo edifica”
Pero lo que más me aterriza en el pensamiento real de lo que es el pecado y lo que deberíamos responder a nuestros jóvenes Está en el salmo 1.
Le invito para que abra su Biblia en este texto tan espectacular
Todo ser humano que acepta poner su vida en manos de Dios debe saber los fundamentos de la vida cristiana, qué son: “vivir para cristo y cómo es el proceder de un verdadero cristiano”.
Salmo 1
El Salmo 1 es uno de los salmos más conocidos. Es una verdadera joya y uno de los salmos favoritos entre el pueblo de Dios a través de los siglos.
Fue colocado aquí, justo al principio, no porque se escribió primero, El salmo más antiguo es el Salmo 90 que contiene una oración de Moisés y se remonta a aproximadamente los años 1400 A.C. Y el último es probablemente el Salmo 137, que fue escrito “junto a los ríos de Babilonia” (Sal 137:1) durante el cautiverio babilonio aproximadamente entre el año 586 a 538 A.C. Algunos incluso sugieren que debido a su final pudo haber sido escrito alrededor del año 400 A.C.
Entonces, ¿por qué está aquí el Salmo 1? Para responder esto, necesitamos dar un paso atrás y comprender primero el propósito del libro de los Salmos a la luz del resto de los libros del Antiguo Testamento. Toda esta colección de salmos introduce la tercera división del canon hebreo, una división que el Nuevo Testamento identifica como “los salmos” junto con “la ley de Moisés” y “los profetas” esta tercera división del canon hebreo es instruir al pueblo de Dios a cómo vivir el pacto.
Es una introducción perfecta porque instruye al pueblo de Dios a cómo experimentar la vida abundante en todas las circunstancias, ya sea en las profundidades de la desesperación como en las alturas de la alegría.
El Salmo 1 es un salmo práctico. Está aquí porque prepara el terreno para la lectura del resto de los salmos. Está al mando de toda la colección introduciendo la manera en que el pueblo de Dios puede crecer al experimentar la vida abundante tan amablemente proporcionada por él.
Este Salmo nos da un contraste entre la vida del piadoso y del impío y expone los beneficios de quienes se alinean con los principios que Dios nos ha dado en Su Palabra.
Y el V1 nos dice que a estas personas las ha llamado Bienaventuradas y esta palabra se refiere a la alegría y al gozo que resulta de estar bajo el favor de Dios. Esto quiere decir que cuando nosotros hacemos lo correcto cuando somos obedientes a Dios hay un gozo que inunda nuestros corazones, el cual nos lleva a esa paz que sobrepasa todo entendimiento.
Luego el texto nos explica quiénes son esas personas bienaventuradas y lo hace utilizando tres verbos que indican una progresión: andar, detenerse y sentarse.
La persona estaba caminando, pero luego se detuvo y, finalmente se sentó. Esta progresión no es accidental, realmente nos muestra claramente el proceso por el cual caemos en pecado.
Nosotros en la medida que caminamos podemos ser tentados por el pecado, pero si lo desechamos y continuamos, superamos la tentación, pero si nos detenemos a observar y acariciar la tentación en lugar de salir corriendo entonces lo siguiente es sentarse y es allí donde ya le dio cabida al pecado.
El pecado se inicia con una idea; si la misma no es descartada inmediatamente, la mente comienza a darle forma y eventualmente engendra una acción, que constituye la consumación del pecado.
El pecado es el fruto de un proceso y el salmista nos dice que es bienaventurada la persona que está atenta a este proceso, para evitar sus malas consecuencias. No juega con fuego. Sabe que ciertas situaciones no le convienen, porque lo arrastrarán hacia otras de las cuales será mucho más difícil salir.
La persona bienaventurada es aquella que está atenta al proceso que nos conduce al pecado, y entiende que no se trata de una lista de prohibiciones, sino de la sabiduría que viene de saber que ciertos procesos, una vez iniciados, no pueden ser detenidos
Cuando escojo no caminar con los impíos, estoy cerrando la puerta a la posibilidad de acomodarme a sus principios y construir mi vida basada en sus valores.
¿Cómo puedo poner esto en práctica? Existen ciertas conversaciones de las cuales es mejor no participar.
Existen ciertas imágenes sobre las cuales me conviene no hacer clic. Existen ciertos programas de TV que no me conviene mirar. No se trata de una lista de prohibiciones, sino de la sabiduría que viene de saber que ciertos procesos, una vez iniciados, no pueden ser detenidos.
La persona bienaventurada evita aquello que, indefectiblemente, lo va a conducir hacia el pecado.
El Salmista ha descartado valerse de las costumbres y los valores de la cultura porque ha encontrado algo mejor para guiar su vida: La ley del Señor.
Declara que encuentra su deleite en las Palabras de la ley. Es decir le producen una sensación de profundo placer y satisfacción.
Debemos preguntarnos, entonces, ¿Dónde se encuentra el secreto que permite convertir una formalidad religiosa en algo de lo cual disfrutamos plenamente?
La respuesta, en parte, la encontramos en el mismo salmo que señala los beneficios que acompañan a quienes escogen vivir conforme a la ley de Señor. La razón de la delicia no está en las minucias de la ley, sino en la convicción de que una vida direccionada por la Palabra es una vida que gozará de abundantes beneficios.
El salmo 19:7-10 describe algunos de ellos.
La dulzura de la Palabra, sin embargo, encuentra su explicación en algo más profundo que estos beneficios. Es dulce como la miel, porque proviene del objeto de nuestra devoción. Así como disfrutamos de cada Palabra en una carta de amor, el salmista se deleita en meditar sobre la Palabra, porque expresa los tiernos cuidados del Señor hacia su pueblo. Entiende que los mandamientos y las ordenanzas que contiene la ley son una de las formas en que Dios expresa su compromiso de guiarnos por los mejores caminos, aquellos que conducen a lugares de verdes prados junto a arroyos tranquilos.
Para el salmista la lectura de la ley no es un fin en sí misma, sino un medio para acceder a los misterios que conducen hacia la persona de Dios. Es sabrosa porque ha entendido que la misma es fuente de vida. En ella encuentra todo lo que necesita para vivir una vida plena y fructífera, y es esa convicción la que lo ha llevado a vivir enamorado de la ley, de tal manera que medita en ella de día y de noche.
La meditación nos permite movernos más allá de la simple lectura de la Palabra. Cuando escogemos meditar en ella decidimos llevarla con nosotros a los lugares donde desarrollamos nuestra actividad cotidiana. Caminamos por la vida con una actitud interna que busca percibir lo que el Espíritu nos pueda mostrar. Reflexionamos sobre ella a lo largo del día, aun mientras estamos ocupados en otras tareas. Quien persevera en éste proceso descubrirá que las escrituras comienzan a revelar tesoros que no hubiera descubierto por ningún otro camino.
Nosotros tenemos una alternativa todos los días: incluir a Dios en nuestras vidas mediante la oración y el tiempo que pasamos en su Palabra, o caminar solo.
Lo uno en última instancia produce paz, en tanto que lo otro trae ansiedad.
Sin embargo, podemos notar que no simplemente se nos promete tranquilidad cuando meditamos en las escrituras, sino que se nos asegura que seremos BIENAVENTURADOS.
Esto se debe a que al meditar profundamente en la Palabra de Dios, analizándola, considerándola a cabalidad y pidiéndole a Dios que nos permita comprenderla, nuestro patrón de pensamiento es transformado en el proceso.
El Padre nos da una sabiduría nada común para nuestras finanzas, relaciones personales y futuro. Y cuando nuestra mente está llena de los caminos de Dios; de su bondad, voluntad, provisión, poder y principios, tendremos una paz y una fe firmes que ninguna tempestad puede destruir.
Dice el salmista: “Será con árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo y su hoja no se marchita; En todo lo que hace prosperará. No así los malos, que son como el tamo que arrebata el viento”
El agua para los árboles es fuente de vida.
El salmista compara la persona bienaventurada a un árbol plantado junto a corrientes de agua. Las raíces de estos árboles se extienden hacia el río o arroyo donde encuentran cuantiosa provisión del agua que necesitan para crecer hacia la plenitud de su estatura. Por esto, los ríos siempre poseen abundancia de árboles en sus orillas. Es el lugar más propicio para que crezcan sanos y vigorosos.
La persona bienaventurada tiene las raíces de su vida firmemente arraigadas en la ley de Dios, la cual alimenta su espíritu y dirige sus pasos. El resultado es una vida que no se marchita, ni siquiera bajo el sol abrazador del verano. En las estaciones apropiadas produce un fruto maravilloso del cual se pueden alimentar otros.
El hombre que se deleita en la Palabra de Dios, recibe instrucciones de ella, dispone de paciencia en la hora del sufrimiento, fe en la de la prueba y gozo santo en la hora de la prosperidad. El dar fruto es una cualidad esencial del hombre que posee gracia, y su fruto será con sazón.
En contraste a esta figura, robusta e inconmovible, se encuentran los impíos, que son como paja. Esta se caracteriza por no poseer raíces. El resultado de esta condición es que cualquier brisa los mueve de lugar. No poseen la estabilidad y la firmeza que posee el árbol. La paja tampoco produce ninguna clase de fruto, pues por definición la paja es lo que queda de una planta que ha muerto. Este es su carácter: intrínsecamente sin valor, muertos, inútiles, sin sustancia y llevados por el viento.
La bendición de Dios reposa sobre la vida de la persona bienaventurada, que no posee aptitudes o cualidades superiores al impío, sino que, sencillamente, ha respondido a la iniciativa de Dios, que lo ha invitado a ser parte de su pueblo. El impío también recibe esta invitación, pero decidió no responder a ella porque escogió hacer su propio camino.
Quién anhele llevar fruto en su vida deberá regirse por la Palabra del Señor. Es en ella donde se encuentra la instrucción para una vida que agrada a Dios y es de bendición a los demás. Dios nos dejó Su Palabra para que lo conozcamos y para que, conociéndolo, podamos ser conformados a la imagen de su hijo.
Si queremos llevar fruto abundante y a tiempo es necesario que nos alimentemos de la Palabra de Dios, que la anhelemos profundamente y que estemos dispuestos a obedecerla por amor.
Santiago dirá que no es suficiente oír la Palabra de Dios, sino que es indispensable que estemos dispuestos a ser “hacedores de ella”, esto es, a conformar nuestra vida a ella, que la pongamos en práctica (Stg 1:22)
Si escogemos hacer la Palabra de Dios nuestro deleite, brillaremos con una singular belleza en medio de una sociedad opaca y apagada.
La Palabra de Dios, bien entendida y cuidadosamente puesta en obra, constituye el camino más corto para alcanzar la perfección espiritual.
Si nosotros no producimos fruto, estamos muertos, ese fruto se evidencia en el amor y el servicio, pero esto no lo podemos hacer si no es Dios quien nos guía y para eso tenemos que relacionarnos con Él, buscar conocerlo, enamorarnos de Él, para que todo lo que hagamos sea producto de nuestra relación y comunión con Él.
Así que tomemos hoy una decisión: incluyamos al Señor en nuestras vidas al meditar en Su Palabra y buscarlo en oración.
La invitación hoy es a estar atentos a las tentaciones que hoy se nos están presentando con más fuerza y que por el temor, el desánimo, nos pueden conducir a que nuestra fe tome rumbos muy diferentes a lo que Dios nos invita en Su Palabra. Este es el tiempo para evaluar nuestra creencias nuestra convicción, es tiempo de buscar el rostro de Dios, de estar en silencio como dice su Palabra en el salmo 46:10
Es tiempo de intimidad con Dios de buscar conocerlo cada día más a través de Su Palabra para vivir un encuentro personal con Él cada día y podamos disfrutar de su Presencia, hallar satisfacción en Él, y deleitarnos en sus enseñanzas cada día para experimentar esa paz que sobrepasa todo entendimiento