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La permanencia de las Escrituras

Prédica La permanencia de las escrituras

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Propósito:

“Es imposible tomar en serio a Jesús sin tomar en serio las Escrituras; es imposible creer que Jesús declaró la verdad absoluta y no considerar que las Escrituras sean la verdad absoluta.”

 

Introducción:

Desde hace varios domingos hemos venido considerando una mínima parte de la ley o los profetas, como son los 10 mandamientos de Éxodo 20; pero cada creyente debe tener muy claro que las palabras del señor Jesús en el sermón del monte no se limitan solo a Éxodo 20. 

ÉL está pensando en mucho más, está pensando en Génesis 2:24-25, 3:14-23, Éxodo 33:14-15, Números 6:22-27, Deuteronomio 6:1-9, Josué 1:1-9, 24:14-15, 1º Crónicas 29:11-18, 2º de crónicas 7:14-15, está pensando en cada texto, en cada palabra escrita hasta ese momento del sermón del monte. 

¿Cuál, entonces, es el principio verdadero que hay detrás de la ley, ese principio que Jesús vino a cumplir, el verdadero sentido que el vino a revelar?

Cuando consideramos los 10 mandamientos, que son la esencia y el fundamento de toda ley, podemos ver que todo su significado se puede sumar en una palabra: RESPETO, o aún mejor REVERENCIA. Reverencia para con Dios y el nombre de Dios y el día de Dios; respeto para con los padres, la vida, la propiedad, la personalidad, la verdad y el buen nombre de los demás, y por uno mismo, de tal manera que los malos deseos no puedan nunca dominarnos.

Estos son los principios fundamentales detrás de los 10 mandamientos, principios de reverencia para con Dios y respeto para con nuestros semejantes y nosotros mismos. Sin ellos no puede haber tal cosa como ley; en ellos se basa toda la ley.

Esa reverencia y ese respeto son lo que Jesús vino a cumplir, vino a mostrarnos en la misma vida cómo son la reverencia para con Dios y el respeto para con las personas. La justicia, decían los griegos, consiste en darle a Dios y a los hombres lo que les es debido. Jesús vino a mostrarnos en una vida normal lo que quiere decir darle a Dios la reverencia, y a las personas el respeto, que les son debidos.

Esa reverencia y ese respeto no consistían en obedecer una multitud de reglas y normas mezquinas. No consistían en sacrificios, sino en misericordia; no en legalismo, sino en el amor; no en prohibiciones que demandaran lo que no se podía hacer, sino la instrucción de amoldar nuestras vidas al mandamiento positivo del amor.

La reverencia y el respeto que son la base de los 10 mandamientos nunca puede pasar; son la sustancia permanente de las relaciones de una persona con Dios y con los demás

Mateo 5:17-18

El judío sincero de la época de Jesús sabía que no podía cumplir todos los requisitos de la ley mosaica y que ni siquiera podía cumplir todas las tradiciones desarrolladas a lo largo de los años por los rabinos y escribas. Muchos esperaban que el mesías rebajara las normas de Dios a un nivel que pudieran manejarse.

Jesús aclaró en su primer sermón importante que la verdadera norma de Dios era aún más alta que las tradiciones y que, como Mesías, no había venido a suavizar la ley en lo más mínimo sino a confirmarla y cumplirla en todo detalle.

Cuando Jesús inicia la declaración con “de cierto os digo”, está confirmando la importancia especial de lo que se está a punto de manifestar. De cierto os digo era un término de afirmación fuerte e intensa.

El Señor estaba diciendo: “les aseguro esto de manera absoluta, sin reserva alguna y con la autoridad más plena”.

La enseñanza del señor Jesús no solo era absoluta sino también permanente. “Hasta que pasen el cielo y la tierra” representa el fin del tiempo como lo conocemos, el fin de la historia terrenal.

Como palabra de Dios, la ley duraría más que el universo mismo, el cual algún día dejaría de existir. “Los cielos y la tierra, que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.

El salmista lo dijo en 102:25-26.

Isaías lo declaró en 51:6

Jesús igualó sus propias palabras con la palabra de Dios: “el cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Lo que era cierto en cuanto a la ley, en su significado más pleno como el Antiguo Testamento, también era cierto acerca de la enseñanza de Jesús. Se trata de algo atemporal.

Es muy insensato preguntar: ¿qué tiene que decirnos hoy la Biblia, un libro con más de 2000 años de antigüedad? La Biblia es la palabra eterna de Dios la cual es viva y eficaz y más cortante que toda espada de dos filos. Por mucho tiempo ha precedido y excederá en duración a toda persona que cuestiona su validez y relevancia.

Es imposible aceptar la autoridad de Cristo sin aceptar la autoridad de las Escrituras y viceversa, ambas permanecen juntas. Aceptar a Jesucristo como Salvador y señor es aceptar lo que enseñó acerca de la Biblia como algo vinculante. Ser un ciudadano del reino es aceptar lo que el rey declara acerca de la palabra de Dios.

Mostrar el carácter del reino y dar testimonio del reino es obedecer el manifiesto del Rey, “las escrituras”. La autoridad de la Biblia es la autoridad de Cristo y obedecer al señor es obedecer su palabra. La Biblia lo dice en Juan 8:47

Si amamos a alguien con todo nuestro corazón, estamos obligados a sentir que si le diéramos toda una vida de servicio y adoración, si le ofreciéramos el sol y la luna y las estrellas, todavía no habríamos ofrecido bastante. Para el amor todo el Reino de la naturaleza sería una ofrenda demasiado pequeña.

Confiar en Cristo es decir de Él como dijo Pedro: “Solo tú tienes palabras de vida eterna”.

Jesús ratificó vez tras vez la exactitud y autenticidad del Antiguo Testamento, también aclaró que la Biblia fue dada para guiar a los hombres a la salvación.

También usó la Biblia en su propia defensa. Cuando fue tentado por Satanás en el desierto al comienzo de su ministerio, el señor enfrentó cada tentación con citas del libro de Deuteronomio. Él pudo haber retado al diablo en el poder y la autoridad de nuevas palabras pronunciadas simplemente para esa ocasión. Pero al citar las escrituras testificó en cuanto al origen divino y la confiabilidad de éstas.

Cuando Jesús habló acerca de la ley y el Evangelio, estaba estableciendo implícitamente ciertos principios generales:

  1. Estaba diciendo que hay una continuidad definida entre el pasado y el presente.

No debemos considerar la vida nunca como una especie de batalla entre el pasado y el presente. El presente crece del pasado.

Existe una tendencia generalizada en las personas, sobre todo las que se creen perfectas, que no cometen errores y que no conocen la palabra: “perdón, me equivoque”, en siempre buscar culpables a los desastres ¿Recuerdan quien fue el primer ser humano que hizo esto?.

Génesis 3:12,13. Y si Dios hubiera permitido a la serpiente hablar, ella hubiera dicho: ¡es tu culpa, por hacer una fruta tan deliciosa y una mente tan débil en estos!

Un hombre llamado Winston Churchill dijo: “si nos enzarzamos en una pelea entre el pasado y el presente, nos encontraremos con que hemos perdido el futuro”.

Tenía que haber ley antes que pudiera venir el Evangelio. La humanidad tenía que aprender la diferencia entre bien y mal; las personas tenían que aprender su propia incapacidad humana para cumplir las demandas de la ley y responder a los mandamientos de Dios; tenían que aprender el sentimiento de pecado y la indignidad y la incapacidad. 

Culpamos al pasado por muchas cosas hoy y a menudo correctamente, pero es igualmente, o aún más, necesario reconocer nuestra deuda con el pasado. Jesús veía que es el deber de toda persona no olvidar ni intentar destruir el pasado, sino construir sobre el fundamento del pasado. Hemos entrado en las labores de otros, y debemos laborar de manera que otros entren en las nuestras.

2. Jesús nos advierte claramente que no pensemos que el cristianismo es nada fácil.

Algunos podrían decir: “Cristo es el fin de la ley; ahora puedo hacer lo que yo quiera”, algunos podrían pensar que todos los deberes, todas las responsabilidades, todas las demandas son cosas del pasado, pero Jesús nos advierte que la integridad del Cristiano debe exceder a la de los escribas y fariseos de su época.

¿Qué quería decir?

La motivación que estos tenían eran la de la ley; su única finalidad y deseo era satisfacer las demandas de la ley. Ahora bien, al menos en teoría, es posible satisfacer las demandas de la ley; en un sentido puede que llegue un tiempo en que uno diga: “he cumplido todas las demandas de la ley; he cumplido mi deber, la ley ya no tiene ningún derecho sobre mí”, pero la motivación que tiene el cristiano, realmente como lo demuestra el Señor Jesucristo, es la del amor, el único deseo del cristiano debería ser mostrar su maravillada gratitud por el amor con que Dios le ha amado en Jesucristo.

Ahora bien, no es posible, ni siquiera en teoría, satisfacer las demandas del amor. Si amamos a alguien con todo nuestro corazón, estamos obligados a sentir que si le diéramos toda una vida de servicio y adoración, si le ofreciéramos el sol y la luna y las estrellas, todavía no habríamos ofrecido bastante. Para el amor todo el Reino de la naturaleza sería una ofrenda demasiado pequeña.

Los judíos trataban de satisfacer la ley de Dios y siempre hay un límite en las demandas de la ley.

El cristiano trata de mostrar su gratitud por el amor de Dios, y para las demandas del amor no hay límite, ni en el tiempo ni en la eternidad. Jesús nos presenta; no la ley de Dios sino el amor de Dios.

Cuando nos damos cuenta de cómo nos ha amado Dios, nuestro único anhelo es responder a ese amor y esa es la mayor tarea del mundo (Juan 3:16).

¡¡¡AMÉN!!!

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