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Perdonar: Sello del Creyente

Perdonar Sello del creyente

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Introducción

“Me es muy difícil estar por encima de mis creencias, pero Dios me dice que debo perdonar”, fueron las palabras de este padre, al cual un hombre, sin ningún motivo aparente y sin darle valor a la vida de su hija, se la mató.

Me causa admiración, los hombres que poseen virtudes de las cuales carezco; por eso valoro los hombres que tienen templanza, que actúan con sobriedad, con humildad y sin soberbia.

Cuando pensé en ponerme en los zapatos de ese papá, fui incapaz de siquiera pensar en comportarme igual y eso me retó a confrontar mi postura frente al perdón a la luz de las escrituras y por eso preparé este mensaje.

Quiero, antes de iniciar este mensaje, aclarar que pedí autorización al Pastor Cesar, para devolverme dentro de la serie que él está predicando a estos versos, que sin intención se pasó por alto en los mensajes anteriores. Así que con el beneplácito del Pastor Cesar y con la ayuda del Espíritu Santo, intentaré respetando el dolor que usted pueda tener, por las acciones que una o varias personas le hayan provocado, explicarle porque el perdonar, no es opcional para el creyente.

El perdón es un mandato para nosotros los hijos de Dios, no es casualidad que este texto que estamos leyendo, sea una extensión, una explicación de la oración al Padre nuestro, cuando dice “y perdona nuestras deudas………” El perdonar para el resto de la humanidad, es opcional, para nosotros sus hijos, NO.

Mateo 7:7-12

Escogí este texto, porque es un texto que puede generar confusión al leerse y es mi intención que la iglesia IFRAN, lo entienda correctamente.

Leyendo de forma desprevenida los versos 14 y 15 de Mateo 6, podríamos entender que, Dios nos manda a perdonar; porque si no perdonamos, Él no nos va a perdonar.

Pero sería una crueldad de parte de Dios, conociendo que, aunque Él nos creó a su imagen y semejanza (Génesis 1:27) y que nuestra naturaleza originalmente era buena (Génesis 1:31); a causa de la desobediencia de Adán y Eva, nuestra naturaleza se vuelve pecaminosa (Romanos 5:12).

Jesús nos dice que de nuestro corazón provienen los malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, calumnias (Mateo 15:19).

El profeta Jeremías declara que engañoso es el corazón más que todas las cosas (Jeremías 17:9).

Y cantamos: “yo no confío con la mente, lo hago con el corazón”. Por confiar con el corazón es que cuando vienen las pruebas, la fe desfallece. Flaquea porque no está fortalecida, porque como dice la NVI en Romanos 10:17: “la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo.” No hay mayor acto racional, que confiar en un Dios perfecto, todopoderoso, omnisciente, omnipresente y demás atributos.

Cuando el joven rico se acercó a Jesús a decirle “Maestro bueno”, el Señor le dice, nadie es bueno sino solo uno, Dios. (Marcos 10:18). Entonces ¿Jesús ahí reconoce que Él no es Dios? NO, Jesús es Dios. Pero esa explicación es para otro mensaje.

Volviendo a la explicación de nuestra naturaleza mala. El Apóstol Pablo, repitiendo las palabras escritas en los Salmos, nos recuerda que “No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios; todos se han desviado, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno.” (Romanos 3:10-12).

Y así podríamos seguir recordando, pasajes y pasajes de la biblia, que nos dicen una y otra vez que, del hombre como raza, no hay nada bueno.

 

Así que pedirnos que actuemos bien, para recibir el mismo trato, cuando en nuestra naturaleza no está el actuar bien, sería una crueldad de parte de Dios. Y no se el de ustedes, pero mi Dios, el de la Biblia, es un Dios bondadoso y misericordioso. Como dice el salmista: “Mas tú, Señor, Dios misericordioso y clemente, Lento para la ira, y grande en misericordia y verdad,” (Salmos 86:15)

Entonces ¿qué quiso decir Jesús con la frase?: “porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, también vuestros Padre celestial os perdonará a vosotros”.

Acompáñenme al libro de Mateo en el capítulo 18, a partir del verso 21, hasta el verso 35.

El texto comienza con “entonces”. Eso quiere decir, que para entender porqué Pedro le preguntó a Jesús cuántas veces debía perdonar, debemos conocer el contexto de la conversación. Y el contexto es que Jesús está como lo dice el Dr. R.C. Sproul, “dando la receta de la excomunión en la iglesia”: Si un hermano peca, ve y repréndelo, sino se arrepiente ve con dos más. Sino se arrepiente, exponlo ante la Iglesia y sino se arrepiente, tenlo por gentil y publicano”. Y ahí es donde Pedro le pregunta, Maestro, ¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano?

He ahí a Pedro con su naturaleza humana a flor de piel, llevando la cuenta; como si Dios llevara la cuenta de las veces que nos perdona. Vean lo que dice Isaías 43: 25 “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.”

Que amor tan infinito el de Dios, que siendo Omnisciente, decide olvidar nuestros pecados.

Por eso Jesús le responde a Pedro, no te digo 7, sino 70 veces 7. Traducido al castellano de la calle: un “jurgo” de veces debemos perdonar.

 

Ahora bien, traigamos el texto a VPN (valor presente neto) de la parábola de los talentos:

  • 10.000 talentos son: U$650.000.000
  • 100 denarios son: Algo más de U$1.000
 

Lo que el consiervo le debía al siervo, no era un valor simbólico. Era un dinero importante para este siervo, pero comparado con lo que el siervo le debía al Rey, era ínfimo.

Ahora, según el relato:

  • ¿Quién recibió primero perdón? El que debía menos.
  • ¿Qué pidió el siervo al Rey? Paciencia
  • ¿Qué le otorgó el Rey al siervo? Misericordia.
  • ¿A quién representa el Rey? A Dios
  • ¿Quién representa el siervo? Yo
  • ¿Quién representa el consiervo? Mi prójimo
 

Entonces, ¿Qué dice el relato que debes hacer con el que te ofende? Perdonar ¿Por qué? Porque Dios ya te perdono y mucho más de lo que lo que te hicieron a ti.

 

Ahora sí, volvamos al texto original: ¿Cómo podemos perdonar a los otros sus ofensas, si en nosotros no hay nada bueno? Porque primero Dios nos acercó a Él, por la obra de Cristo (Efesios 2:13) y nos otorgó el perdón. Ese perdón que tu y yo no merecíamos y que Dios por gracia y por el puro afecto de su voluntad, quiso darnos (Romanos 5: 8-11).

Y no solo eso, sino que además nos aceptó como sus hijos (Juan 1:12) y nos declaró justos delante de Él, por la obra que Cristo hizo en la cruz (Romanos 3: 22-26).

Por la obediencia de su hijo Jesucristo, esa vida perfecta que Jesús llevó cuando siendo Dios, se hizo hombre y vivió entre nosotros. Por fe, Dios nos la otorgó (Romanos 5:19).

Y no solo eso, sino que Él produce en nosotros el querer como el hacer de su buena voluntad y nos da a su Espíritu, para que, permaneciendo en nosotros, nos permita dar fruto (Gálatas 5:22).

En eso consiste el nacer de nuevo, en eso consiste el poder del Espíritu Santo en nosotros. En que nosotros siendo malos, Dios cambia nuestra naturaleza y nos da su Espíritu para que more en nosotros y nos permita obrar según lo que Él nos ordena. (Romanos 8:1-26).

 

El perdón es un mandato para nosotros los hijos de Dios, no es casualidad que este texto que estamos leyendo, sea una extensión, una explicación de la oración al Padre nuestro, cuando dice “y perdona nuestras deudas………”

El perdonar para el resto de la humanidad, es opcional, para nosotros sus hijos, NO.

 

El Perdón son de esas cosas que nos cuestan a los seres humanos, otorgar y pedir. Cuando nos hieren, muchas veces ni queremos que vengan a pedirnos perdón, para no tener que dejar de sentir y “rumiar” ese rencor que nos queda por la persona que nos ofendió.

Tampoco nos es fácil pedirlo, porque nuestro orgullo se golpea con el hecho de tener que reconocer que nos hemos equivocado y que con esa acción, palabra o pensamiento, hemos ofendido al otro.

 

Iván Villazón, canta en una de las canciones que más me gustan de Él: “El sentimiento más noble. Lo vive aquel que perdona. Comulga paz con el mundo. Difícilmente traiciona.

Se sublimará tu alma. Atemperará tu orgullo. Deja que el amor florezca. Que brote como un capullo”.

 

Si el Señor murió. Triste en una cruz. Generosidad. Nos brindó el perdón. Símbolo de paz. Lleno de humildad. Busca en esa cruz tu redención.

 

Si un impío como este cantante vallenato, pudo interpretar esta verdad. Tú, hijo de Dios, ¿cómo no la vas a vivir?

 

Cuando los amigos de aquel siervo vieron lo que este hizo con su consiervo, lo acusaron ante el Rey y el Rey le dijo: “…….SIERVO MALVADO, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti? Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía. (S. Mateo 18:32-34).

Este siervo, recibió misericordia del Señor, pero él la menospreció y al menospreciar la gracia de su Señor, obtuvo justicia.

Que no se nos olvide nunca la Gracia de Dios. Y que Él nos mantenga en ella y nuestros pensamientos concentrados en esa gracia; porque en el mismo momento en que la demos por sentada y nos neguemos a ser un conducto para la misma gracia que nos ha salvado, entonces recibiremos la justica de la mano de Dios. Y horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo.

 

Cuando mueras y vayas delante del Señor, solo podrás apelar a 1 de 2: Justicia o Misericordia. ¿Qué vas a pedir?

 

El perdón es un acto inmerecido, que cuando lo experimentas te trae paz.

Como dice el Pastor Cesar: “El perdón, no es algo que merezca el que te dañó, es algo que tú mereces”. Dalo, así no te lo pidan, como Cristo hizo contigo.

Por último, entendamos esto. El perdonar, no elimina las consecuencias de nuestros actos.

 

Permítame contarle una experiencia personal: Cuando yo jugaba a hacerme el cristiano, era un hombre inmoral, muy inmoral. Eso me llevo a pecar contra Dios y contra mi esposa, mis hijos y un montón de gente que me llevé por delante en mi egoísmo de solo querer satisfacer mis deseos.

Y como dice el relato del hijo prodigo y “volviendo en sí”, le pedí perdón a Dios, a mi esposa y mis hijos. Nótese que, aunque mi actuar fue contra mi propio cuerpo también, yo no me pedí perdón. Y aquí les quiero dar una enseñanza que cuando la aprendí, me sorprendí.

Usted no tiene nada que perdonarse. Cuando el hijo pródigo, salió del letargo en el que su pecado lo tenía, dijo he pecado contra el cielo y contra mi padre. Aunque estaba comiendo aguamasa de los marranos, no dijo he pecado contra mí. Dijo He pecado contra Dios y mi prójimo. ¿Por qué? Porque en él, así como en cualquiera de nosotros, no hay nada bueno y como no hay nada bueno, lo esperado es que hagamos las cosas mal, sino tenemos a Cristo en nuestros corazones.

“Porque separados de mí, NADA podéis hacer” (Juan 15:5).

Así que lo y la invito, a que nunca más se vuelva a recriminar cuando recuerde algo de su vana manera de vivir. No vuelva a decir, yo no me perdono lo que hice. Porque si usted cree que debe perdonarse algo de lo que hizo, usted es un orgulloso y un soberbio y debe pedirle perdón a Dios, por ese pecado.

 

Cuando pedí perdón, recibí perdón. De Dios, a quien acudí en una noche de desesperación y le dije; señor no quiero seguir más con este pecado, reconozco que soy lo peor y te necesito. Él extendió un manto de gracia sobre mi (lo sentí físicamente esa noche) y desde ahí no para de asombrarme con su gracia, amor y misericordia.

Y también recibí perdón de mi esposa e hijos. De mi esposa que, renunció a su dolor, a su derecho de abandonarme y permitió que Dios empezara a hacer una obra en mi, en ella y en nuestro hogar.

Si Dios no hubiese permitido, que mi esposa proyectara lo que Dios iba a hacer con mi vida, quien sabe donde estaría yo en este momento.

 

Ah, pero las consecuencias……… Las consecuencias de mi pecado, aún las estoy pagando.

Alguna vez alguien contó una historia para demostrar como el perdón no quita las consecuencias de nuestros actos. Decía que un niño le rompió el vidrio a la vecina con un balón jugando futbol y fue donde la vecina con su papá y llorando le pidió perdón. La vecina, lo perdonó, le devolvió el balón y le ofreció un dulce para que el niño se calmara. Pero cuando el papá se alejaba con el niño, le dijo: “señor y ¿quién me paga el vidrio?”.

 

Dios me perdonó y se que la paga de mi pecado es la muerte y Cristo, fue a la cruz por mí y venció a la muerte; pero las secuelas no se borran. Las debemos asumir con gallardía y prepararnos para asumir las consecuencias de nuestros actos. Pero tranquilos, aunque son consecuencias de nuestros actos, Dios no nos deja solos.

Una vida como la que yo llevaba, también la había llevado mi papá. Y Dios también lo restauró a Él y su hogar, pero parte de las consecuencias de su pecado, la sufrimos todos los miembros de esa casa: Pasamos de vivir en una casa con sala-comedor, estar de habitaciones, 2 habitaciones, patio; pequeña, pero muy acogedora. A tener que reducirnos en la casa de unas buenas amigas en habitación y media.

Gracias a Dios no pasamos hambre, pero si muchas incomodidades. Ni para el bus para ir a la iglesia teníamos, así que nos poníamos ropa cómoda, organizábamos el coche de mi hermana y a pie desde el barrio Galán hasta el barrio Santa Isabel, nos veían pasar todos los domingos. Ida y vuelta. Pero como Dios con el pueblo de Israel. Pasando el desierto, pero sin gastársenos la ropa. Sin para el bus, pero nos íbamos felices, conversando y mamá haciéndonos reír con la chispa que la caracteriza.

 

Sin embargo, yo me acordaba de esos momentos y temía que nos fuera a pasar algo similar. Un día, leyendo 2º Samuel 24, leí que David había pecado una vez más contra Dios y Dios le dio a escoger entre una serie de castigos, escogiendo David “caer en las manos de Dios y no de los hombres”. Así que Dios determinó enviar peste sobre el pueblo y cuando extendió su mano para destruir a Jerusalén, David le pidió que se detuviera y le dijo: “Yo he pecado contra ti, pero “estas pobres ovejas” ¿qué han hecho? Te ruego que tu mano caiga solo contra mí.”

Caí de rodillas y le dije esas mismas palabras: Señor el que pecó contra ti fui yo, no mi familia. Te ruego que tu mano solo caiga sobre mí.

¿Quién soy yo? o ¿qué he hecho para ser escuchado por Dios? y sin embargo, Dios escuchó mis oraciones y ha tenido misericordia de mi familia, pero también de mí.

 

¡Mi Dios, es un Dios misericordioso y clemente, Lento para la ira, y grande en misericordia y verdad!.

Invitación final

Te invito a que vengas delante de este Dios en arrepentimiento y totalmente humillado ante Él, le digas: “Señor, sácame de mi podredumbre. Límpiame, purifícame y lávame, no quiero seguir siendo el mismo. Harto estoy de mi” Y veras, como Dios no se tardará en otorgarte perdón, gracia, amor y misericordia a través de su hijo Jesucristo.

 

Este documento ha sido preparado por Maicol Andrés Pérez. Un pecador, redimido por la gracia de Dios, que solo puede hablar de las maravillas que Dios ha hecho y que él ha visto.

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